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Lágrimas de dolor

Evelyn caminaba por los oscuros pasillos de su castillo de Venganza de la Muerte. Sus siervos no-muertos, bajaban la mirada al verla pasar y algunos incluso se atrevían a hacerle una pequeña reverencia con la cabeza.

Llegó al estudio donde seguiría preparando sus estrategias para futuras alianzas. Sin duda, sus ganas de apoderarse del mudno aumentaban con cada día que pasaba.

   - Que nadie me moleste. – Le dijo a uno de los guardas que custodiaba la puerta de aquella habitación. Éste se limitó a asentir con la cabeza y adquirir poco después una pose de firmeza.

Entró y se sentó en la silla frente a la mesa. Empezó a observar el mapa que se extendía sobre ella y hacía pequeñas anotaciones en distintos folios.

Una hora después de estar realizando aquella ardua tarea, se recostó sobre el respaldo de la silla y dejó la mirada fija en un gran espejo que estaba frente a ella. No tardó en levantarse y caminar hacia él a paso lento pero seguro. Su silueta era bella. Sin duda era una mujer atractiva… si no fuese por aquellas dos marcas bajo sus ojos. Pasó su mano derecha sobre una de las marcas, acariciando aquella zona… mientras escuchaba las risas de los niños.

***

Los días iban pasando desde la última vez que había visto a sus padres. Ellos prometieron que irían a verla a su nuevo colegio. Sin embargo aún no habían cumplido su promesa. No importaba… Pronto volverían a por ella. Aunque sólo fuese para hablar unas horas, unos minutos… tan sólo unos instantes.

Sin embargo, las semanas pasaban y nadie iba a verla. Nadie. Ella era tan sólo una niña asustada ante su poder y las infinitas posibilidades que se escondían en él y que ella desconocía.

Empezó a pasar las tardes encerrada en su habitación o en el baño descargando sus lágrimas para tratar de encontrar la calma después. Pero nunca llegaba... Hasta que conoció a Emy.

Emy era una joven morena, pálida y con una figura esbelta. Siempre caminaba como si fuese un fantasma. Los demás chicos se reían de ella… del mismo modo que hacían con Evelyn. No tardaron en convertirse en buenas amigas.

Ambas encontraron un refugio tras las escaleras más antiguas del colegio. Pocos eran los que conocían aquella habitación secreta. Era su escondite perfecto. Pasaban los meses e incluso parecía que la pena por no ver a sus padres, iba desapareciendo. Emy era su nueva familia.

Pasó un año desde el primer encuentro entre Evelyn y Emy. Las escaleras escondían infinidad de secretos no solo de las dos jóvenes, sino también de multitud de personas que antes de ellas, habían encontrado aquel sitio… Y aquel día, tendrían un secreto más que guardar.

Evelyn esperó con ansia la llegada de su amiga. Habían quedado a la misma hora de siempre pero ella se estaba retrasando. Pasados veinte minutos, por fin pudo escuchar los pasos de la joven acercándose al lugar.

No dudó en salir a recibirla… pero se llevó una sorpresa. Emy no era la misma. Estaba cambiada e iba rodeada de cuatro chicos más. Los chicos que más se habían reído de la nigromante durante semanas.

La joven estaba perfectamente infiltrada entre los jóvenes. Había cambiado su peinado, sus ropas e incluso se había maquillado. ¿Qué era todo aquello?

 

   - ¿Emy…? – Comentó Evelyn con voz temblorosa y asustada.

   - ¿Emy…? – Imitó su amiga en un tono claro de burla. – Te he tenido que soportar durante un año… ¡UN AÑO! Sólo por esto, me he ganado la entrada al cielo. Eres la tía más estúpida que he conocido en mi vida. Siempre lloriqueando por no poder ver a tus padres. Payasa.

   - ¿Q-Qué…? – La nigromante comenzó a dar varios pasos hacia atrás - ¿P-Por qué….?

   - ¿Que por qué? Muy sencillo… ¡POR DIVERSIÓN! Todos nosotros nos hemos reído durante un año de tus penas. Pero… ¿Sabes? Nos aburres. Ya no nos haces gracia. Debemos buscar otros de los que reírnos.

Los ojos de la nigromante pronto empezaron a humedecerse. Su amiga. La que había sido su mejor amiga durante un año, realmente estaba fingiéndolo. Era doloroso. Mucho. Y desde luego Evelyn no estaba preparada para aquella traición.

Quiso correr atravesando a los cuatro chicos y Emy. Sin embargo, éstos bloquearon la salida.

   - ¿Dónde crees que vas a irte? Oh no, querida. ¡Primero vamos a pasar un buen rato! Al fin y al cabo, es nuestro aniversario. . Y yo quiero darte un regalo.

Dicho aquello, los chicos sujetaron a Evelyn y la tumbaron en el suelo al mismo tiempo que Emy se remangaba las mangas de su uniforme del colegio y se colocaba sobre la nigromante mientras sacaba un cuchillo de su bandolera.

 

   - He tenido que soportar mucho tiempo tus llantos y quejidos. ¡Ahora llorarás con razón!

Y acto seguido, empezó a clavar el cuchillo bajo los ojos de Evelyn. Hundiéndolo para hacerle dos grandes cicatrices a modo de lágrimas. Todas las lágrimas que había derramado desde su entrada en el colegio, ahora permanecerían ahí de por vida.

Los gritos de Evelyn podían oírse en todo el lugar, y pronto empezaron a verse luces moviéndose por el colegio tratando de localizar el foco de aquel estruendo. Emy y sus secuaces, no tardaron demasiado en hacer aquel “regalo” a la mujer y salieron corriendo.

Minutos después, los profesores encontraron una Evelyn débil y completamente ensangrentada, que al notar la presencia de los demás, acabó por desmayarse.

   - Evelyn… Bienvenida de nuevo. – Comentó la enfermera al ver cómo se despertaba la nigromante. – Te llegamos a encontrar un instante más tarde y habrías estado en otra vida. Me alegro de verte. – Se sentó al borde de la cama de la pequeña. Evelyn no tardó en llevarse las manos a la cara, pero la enfermera detuvo aquel movimiento – No. No debes tocártelo. Tienes dos heridas muy profundas… Cualquier gesto o movimiento puede hacer que vuelvas a abrírtelas y eso sería un problema. Escúchame Evelyn… Sé que estás asustada, pero debes decir quién te hizo esto. – Sin embargo, la nigromante se limitó a apartar la mirada hacia abajo. La enfermera dio un largo suspiro y besó la frente de la joven – Está bien. Cuando quieras hablar, búscame. - Sin embargo, Evelyn nunca delataría a los culpables.

Acto seguido la mujer se levantó y dejó a solas a Evelyn en la enfermería. La pequeña no dudó en levantarse y buscar un sitio en el que poder verse reflejada. Y finalmente, encontró un pequeño espejo.

Se quitó los apósitos que tenía bajo los ojos y pudo ver cómo tenía dos grandes rajas en sus pómulos que descendían de sus ojos. Sin duda era una buena avería… Y no era algo que quedaría impune.

Antes de ser expulsada del colegio, asesinó a aquellos cuatro chicos y a Emy a la vista de todos los demás compañeros de clase.

Pasaron los años y las cicatrices en sus pómulos aún eran extremadamente visibles. Una noche, paseando por una ciudad, entró en una tienda de tatuajes y pidió que le tatuaran dos rayas puntiagudas sobre las cicatrices. Pudo de esta forma ocultar su marca de guerra.

 

Aquella sería la forma de recordar lo crueles que pueden llegar a ser todos los que tienen vida.

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